lunes, 29 de noviembre de 2010

Elemento

Nos sentimos más unidos a los que nos toca azarosamente que a lo que elegimos con un motivo.
Encontrar por casualidad el nombre propio de un desconocido en Internet y dirigirnos por pura curiosidad a las manifestaciones que de aquel personaje vayan apareciendo en ese mismo universo hace que lo juzguemos como a una persona cercana, como una prolongación de uno mismo. La "vergüenza ajena", la piedad, la voluntad de pasar por alto los errores o la falta de talento suficiente, la mirada que penetra las apariencias y quiere acercarse a las emociones más básicas y primitivas de quien se observa, sólo nos llegan cuando hubo una unión con aquel nombre, anterior al encuentro con sus imágenes y sus actos concretos. Misteriosa siempre, aunque inconscientemente a veces; eso es lo que la dota de "magia" o inaprensibilidad: Ya no operamos con la lógica de siempre aunque querramos intentarlo.
Saber de antemano que lo que estamos a punto de presenciar es la obra de un pariente, no necesariamente conocido, traerá una sensación distinta a la habitual cuando nos veamos en la obligación ineludible de juzgar: Adoptamos momentáneamente el lugar de quien está enfrente, sabiéndonos víctimas de la otra parte de nosotros que, con cierto toque de crueldad, irrefrenablemente opinará.
Es la misma molestia que se experimenta al tropezarnos con alguna expresión de quienes fuimos años atrás: Fotos, videos, grabaciones, escritos, creaciones...
Tampoco somos neutrales nunca a la hora de analizar lo producido por alguien a quien queremos mucho. Nuevamente, la unión previa e irracional nos aleja de un posible acercamiento a la visión externa, que esté motivado sólo por causas específicas de la circunstancia. Habrá improntas exageradamente positivas y exageradamente negativas que quienes no estén envueltos en este llamativo fenómeno no verán.
Lo que no elegimos: Familia, recuerdos de la infancia, nacionalidad, lugares recorridos, vínculos antiguos... se nos mete invasivamente en nuestra endeble sensación de identidad más que aquello que adoptamos en contra o a pesar del azar: Gustos estéticos, amistades, decisiones, actitudes, creencias; todo lo cual, por el contrario, sí somos capaces de apreciar con algunos criterios coherentes y modificar a partir de ellos, recibiendo una sensación de constante crecimiento y de libertad. Son dos partes irreconciliables de la propia consciencia, infaltables ambas en la constitución de la personalidad, enfrentadas durante la mayor parte de la vida. Es el instinto versus la cultura. Las emociones básicas destinadas a nuestra supervivencia versus los pensamientos sofisticados enfocados a un ideal inalcanzable. La mentira de la limitación del mundo a nuestro cuerpo versus la mentira de la inmortalidad y la omnipresencia... Y la resignada e inútil conciencia de ambas.
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martes, 16 de noviembre de 2010

Código 816

Porque si lo hago me voy a arrepentir, y si no lo hago, también. Un número que me persigue y me recuerda lo que aun no murió. Dejarlo perecer y esperar a que algo nuevo nazca... o usar este pequeño pedazo casi extinto para rescatar lo que fue. Saber que nadie comprende. Salvo quien no debo nombrar...
Percibir que mi subjetividad emotiva y mi circunstancia personal invaden este espacio originalmente abocado a lo universal. Sentir que mis oídos se cierran, y sospechar que se deba a que la música (forma de nombrar ese aspecto que se me expresa transparentemente, sin mediaciones de tiempo, esquema o lenguaje) dañaría lo que ya no puede sanar... Cansarse de ese ciclo nocivo y apasionante que ella provocaba fenixianamente. Conocer el error pero extrañarlo al fin. Convertirse en un ser sensato que al mismo tiempo presiente la gran farsa de vivir lógica y estructuradamente una vida que es corta e irracional.

Narcóticamente...
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