lunes, 16 de agosto de 2010

Simplemente

Lo dejé ahí. Abrí la puerta del negocio llevando mi nuevo libro en la bolsa, sabiendo que no volvería a ver al otro ni a tenerlo entre mis manos. Si él hubiera regresado a mi casa en La Plata habría dormido olvidado dentro del mueble: nunca habría vuelto a consultarlo, nunca se lo habría recomendado a algún amigo para que lo lea, nunca habría sido de mucha utilidad para nadie.
Pero lo dejé. Mientras caminaba hacia la parada de taxis, mi mente iba hacia atrás sobre mis pasos: Él se quedaría en ese lugar mientras yo me iba. Un hijo abandonado, a quien nadie valoraría más que quien lo sintió propio. Porque poco podía dar por sí mismo, más que una rasa lectura y la remisión a algo mejor con qué compararlo.
...La portada azul que ya no volvería a ver; el recuerdo de haberlo tomado hacía tiempo de una mesa llena de ofertas; la promesa ahora irrealizable que había hecho a mi mamá, sólo un día antes, de prestárselo más adelante, aun sabiendo que le convendría más otro que tratara mejor el mismo tema y aun sabiendo que ella seguro la olvidaria...
Llevé mis pensamientos de regreso al presente y los enfoqué hacia mi nuevo libro, el que obtuve a canje del otro: todavía sin leer, necesario de conocer, útil de tener, el cual recibiría muchas más consultas y despertaría más curiosidades de parte de quien lo viera conmigo. Todo fluye: El pasado queda atrás y lo nuevo es lo que vale, lo que aún no sucedió.
...Sin embargo, sepanlo:
Dejar a un libro duele.
.