martes, 11 de mayo de 2010

Primaveras

Morir es desaparecer. Dejar de ser. De chica me ponía a reflexionar sobre esta cuestión antes de dormir diciéndome que al momento de pasar al estado de sueño mi pensamiento consciente iba a detenerse y por lo tanto "YO" dejaría de existir hasta dentro de unas horas; y esta enigmática transición me angustiaba y me enloquecía. Las teorías reencarnacionistas argumentan que una persona puede cambiar sus vestiduras durante su vida y sin embargo seguir siendo la misma, y así, el alma puede cambiar de cuerpos durante siglos y seguir manteniendo su esencia. A lo anterior yo objeto: ¿Somos los mismos a lo largo de LA vida? ¿Cuántas actiitudes, convicciones, sentimientos esenciales hemos cambiado hasta el día de hoy? ¿Cuántos de ellos mantenemos hipócritamente para seguir viendo una imagen interior del que alguna vez fuimos y con la cual nos sentíamos férreamente identificados?
Para que algo nazca algo debe morir. De eso se trata cualquier cambio en el universo (o al menos es lo que mi humilde percepción "sabe" hasta ahora). Lo que hoy me gusta o hago y que hace diez años creía que nunca me gustaría o haría implicó cierta muerte de alguien que estaba en mí. Lo que un joven idealista se promete seguir siendo a pesar del paso de los años y de las circunstancias adversas no contempla los cambios que irán ocurriendo en sí mismo a partir de ese instante. La permanencia no existe. El ideal de ser el mismo hasta el fin es iluso. Vivir es crecer, desarrollarse, enriquecerse, y sobre todo elegir. Desgraciadamente, todo eso va a necesitar de muchas muertes....
La infancia muere, las células mueren, el amor muere, los ideales mueren, los recuerdos mueren, las costumbres mueren. En definitiva: Todo lo que "nos hace". Porque ciertas cosas, lamentablemente, no pueden coexistir...
Los filósofos llamaban "conato" a la tendencia que tienen los entes a permanecer en su ser, a seguir existiendo. Cada nacimiento se enfrentará, por tanto, a esta resistencia del que debe morir. Cada cambio asusta. Todo duelo es trágico y si verdaderamente tomáramos consciencia de todos los que hemos transitado sin darnos cuenta por aquello que hubo en nosotros y que ya no está, la melancolía paralizante inevitablemente nos ganaría.
Pero yo opto por celebrar cada nacimiento. No creo en la inmortalidad de mi alma (no creo que exista una independiente a mi cuerpo material), pero sé que la muerte física no va a ser muy distinta a todas las que ya viví y las cuales ya no lamento (porque quien sufría mientras agonizaba ya no está... dejó de ser). Sólo "soy" quien soy ahora. Ni el pasado ni el futuro existen más que como conceptos, ininfluyentes a mi esencia. Que disfruten los gusanos, pues.
.